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29 de octubre de 2010

"Mañana voy a verte"

Pasan las tres de la madrugada de un frenético día que empezó hace casi diecinueve horas y en apenas nueve o diez más mi vida sufrirá un importante cambio.

Hoy trabajé en un local vacío que parece un hospital abandonado, con apenas una cajonera y una silla como compañeras de trabajo, recojo mis cosas para acomodarlas en otro sitio, comí en casa de unos amigos que los considero como familia y a los que agradezco todo su apoyo, jugué mi partido de fútbol de los jueves (ganamos 6-2), cené con otros amigos, me fui de copas con ellos y reí, reí sin parar, desde el primer minuto de la cena hasta el último segundo de mi despedida y no me he parado a pensar que quizás sea el último jueves que juegue con ellos, no pensaba eso, pensaba en lo maravillosa que puede ser una vida en la que un día arrancas con tristeza pero que puede acabar con la mayor de las sonrisas en tu rostro.

Finalizo una etapa profesional, mejor dicho, modifico mi etapa profesional pero la mezcla entre ilusión y tristeza es una agridulce sensación que a medida que se van consumiendo las horas va tomando más dulzor que amargor.

En esta experiencia que es mi vida lo he vivido casi todo.

Estuve arriba tocando el cielo y baje al fango, gané mucho dinero y también lo perdí, me robaron y robé, conocí el amor y el desamor, la necesidad y la opulencia, la amistad y la traición, la salud envidiable y la enfermedad no deseada, el frío y el calor.

Y es curioso pero cuando más feliz he sido y más feliz soy es cuando menos tengo porque quizás sea, utilizando el tópico, cuando menos necesite.

Y siempre en esos momentos en los que estás tocando suelo, aparece un ángel de la guarda que te impulsa y te hace resurgir de tus cenizas como el Ave Fénix.

Nunca di un paso atrás y aquellos que me conocen saben que si alguna vez lo di fue para coger impulso pero nunca para retroceder.

Siempre me ocurrió y espero que ahora se repita.

Aunque ahora un ángel diferente lleva ya meses batiendo sus alas a mi alrededor ofreciéndome todo o más de lo que el guardián de otras veces me entregó.

Ese ángel que tiene el don de aparecer cuando mas lo necesito y la virtud de entregar la palabra adecuada en cada momento, un ángel que creí que no existía.

Un ángel que la adversidad la convierte en oportunidad, la oscuridad en bendita luz, que la pobreza emocional la transforma en riqueza pasional o que con solo una mirada es capaz de transmitir todo un mensaje lleno de aquello que necesitas y a la misma vez provoca que te vacíes de todo aquello innecesario y que no aporta absolutamente nada en tu vida.

Un ángel que toco, que veo, que oigo y que siento.

En otro momento de mi vida quizás ante la situación personal que se presenta estaría lamentándome o maldiciendo lo que puede avecinarse, pero ahora no.

Ahora soy de esos que miro el futuro de reojo, el presente con mirada fija y al pasado casi que no me llega ya la vista.

Uno no puede renunciar a su pasado, ni puede valorar el pasado de nadie. El pasado es el que es, el párrafo anterior que has leído, el pasado es lo que hiciste ayer y está ahí, no lo podemos apartar de nuestra vida y a veces, como dice un buen amigo mío: AL PASADO TIERRA.

Y en ello estoy, enterrando mi pasado, pero mi pasado no deseado, mi pasado que no aporta nada a mi presente y menos a mi futuro. Y recordando con timidez aquel pasado que sumó y no restó.

Ahora quiero disfrutar cada minuto de mi vida, pasando de puntillas y sin hacer daño a nadie como siempre he hecho, porque cuando alguien se ha sentido dañado por mi no ha sido con la intención de provocar ese dolor, ha sido porque esta puta o maravillosa vida, según se mire, pone situaciones y circunstancias ante nosotros que pueden ocasionar tanto dolor como satisfacción.

Agradezco a todos los que están, y no anhelo a los que han desaparecido porque un mal momento en la vida es el mejor filtro para saber el lugar que cada uno ocupa.

No puedo con esas personas de “a ver si quedamos mañana” y elogio, admiro y quiero a las de “mañana voy a verte”.

No utilizo esa estúpida frase de “empiezo una vida nueva”, no.

La vida es la misma, la que te toca vivir, la que a veces tu eliges como quieres vivirla, lo único que cambian son las circunstancias que la rodean.

Circunstancias de la vida, porque nada ocurre por casualidad, todo sucede por algo.

Así que no empiezo una vida nueva, sencillamente continuo viviendo la que me tocó disfrutar pero de manera distinta, como si fuera un sueño.

Ya lo escribió Calderón de la Barca en su obra “La vida es sueño”, posiblemente la persona que mejor haya definido a la vida, y decía:

¿Qués es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión.

Una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño,

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.


Pues yo me apunto a soñar y si es contigo mejor será nuestro sueño…

***


I'm in the arms of the angel...


27 de octubre de 2010

Mi camino de Santiago (VI) - Nada ocurre por casualidad


“Sin dolor no hay gloria” o “el dolor es temporal, la gloria es eterna” son algunas de esas frases que cuando llegas a Santiago ves serigrafiadas en cientos de camisetas a la venta en sus tiendas de souvenirs y es verdaderamente cierto el significado tanto de la una como de la otra.

Ya van más de cuarenta kilómetros andados, más el ajetreado viaje hasta O Cebreiro y mis piernas responden a la perfección. Cero roces, cero ampollas, pero en la mañana de hoy noto como una zona de mi espalda avisa de que algo no está funcionando demasiado bien. Desde la noche anterior tengo un pinchazo que me preocupa y no esperaba nada parecido.

Mi mochila no pesa más de ocho kilos y mi manera de transportarla está siendo la adecuada pero… maldita espalda, aparecen los dolores.

Ya mi cabeza empieza a rallarse un poco con todo lo que queda por caminar, con la opción de transportar el peso con los “mochileros express” o con lo peor de todo que después de casi veinte años como costalero de la Semana Santa sevillana empiecen a aparecer las secuelas de tanto esfuerzo acumulado.

O será la edad…

Pero dejo a un lado el dolor de mi espalda, vuelvo a cargar la mochila y pongo rumbo a Portomarín a la hora justa para ver amanecer desde Barbadelo.

Subo unas callejuelas desde la Rúa San Lázaro para llegar al Convento Trinitario de la Magdalena y desde allí bajar junto a la tapia del cementerio municipal hasta llegar a las vías del ferrocarril cerca del Río Pequeño donde el graznido de los cuervos es el único sonido que me hace compañía.

Unos metros más adelante empieza un fuerte repecho que será continuado con moderación hasta llegar al prado de Barbadelo pasando antes por las aldeas de As Paredes y Viles.

La lluvia aparece y se desvanece por instantes como queriendo ser protagonista de la etapa aunque de momento no posee más que un papel secundario.

Ha pasado aproximadamente una hora desde el inicio y los primeros rayos de sol asoman a espaldas de los peregrinos que empiezan a crecer en aumento debido a que ya desde Sarria el incesante goteo de caminantes crecerá de manera considerable.

Y allí me paro durante unos minutos a observar la maravillosa vista que tiene ver nacer el nuevo día en el llano que queda entre la Iglesia de Santiago de Barbadelo y el albergue. También observo a los peregrinos que pasan por aquel entorno sin ni tan siquiera pararse para disfrutar de tan bella estampa y pienso en que mucha gente entiende el camino como una carrera para ver quien llega antes a su destino sin disfrutar de la cantidad de fotografías visuales que ofrece la ruta compostelana.

Quizás por eso yo tardaba tanto en finalizar mis etapas, por eso la media que yo tenía era de no más de cuatro kilómetros hora, pero también puedo decir y aconsejo a todo el que pretenda hacer el Camino que lo disfrute, que lo experimente y que exprima cada rincón que le ofrece porque no sabemos si volveremos a repetir esta experiencia otra vez en la vida.

Tras sentir la llegada de los primeros rayos del sol y viendo como la lluvia iba a tardar en llegar me salgo del camino unos metros para realizar algo que deseaba enormemente y que a algún experto caminante le leí tiempo atrás. Me acerqué a la Iglesia de Barbadelo y la contemplé con serenidad, con toda la paz y sensibilidad que acumulaba de días anteriores y allí me quedé durante varios minutos disfrutando de su románica estética. Este momento lo viví acompañado de una chica de aspecto anglosajón que sentada en el banco de piedra frente a la fachada de la iglesia y apoyada sobre su bastón visiblemente emocionada parecía estar viviendo con la misma emoción que yo aquel instante lleno de mística y espiritualidad.

Sincronizando nuestros movimientos nos levantamos y emprendimos de nuevo nuestro camino observando como decenas de peregrinos continuaban camino arriba ignorando que dejaban a un lado uno de los lugares más emblemáticos y maravillosos de toda la ruta jacobea y que piedra a piedra allí se mantiene desde finales del siglo doce.

Una mirada cómplice entre ambos, como orgullosos de haber sido nosotros los que vivimos aquel momento siendo testigos mutuos de nuestro deseo o nuestra plegaria. Quien sabe.

Antonio, dije yo. Elizabeth, respondió ella. Buen Camino nos deseamos…

Desde allí, y acompañado de campos de trigales convertidos a verde color gracias a la lluvia del día anterior, con un ritmo tranquilo, con la espalda dando signos claros y evidentes de que algo no funciona bien me dispongo a buscar el tan ansiado kilómetro cien del camino que aparece en mitad de una senda antes de llegar a Morgade.

Pobre mojón, desgraciado hito kilométrico, todo lleno de pintadas, de graffitis, tan cargado de piedras, de banderitas de distintos países pero que aun así simboliza y significa tanto que si un paso antes de llegar a él pisabas camino santo y no lo abandonas hasta el Obradoiro tu esfuerzo podrá ser recompensado con tu carta compostelana.

Es curioso pero me decía Silvia, una chica italiana con la que coincidiré en Arzúa días más tarde, que inició el camino a pie desde el pirineo que para aquellos que llegaron a ver el kilómetro ochocientos, setecientos, seiscientos, etc.… el echo de ver como las indicaciones pasan a ser de tres a dos dígitos significaba muchísimo para ellos y que la cuenta atrás verdadera se iniciaba en ese punto.

Silvia también me hizo saber que el verdadero camino de Santiago finalizaba en Ponferrada y que a partir de esta localidad leonesa todo era una verbena y un puro negocio sin espíritu peregrino alguno.

Demasiado extremista el comentario pero digno de analizar.

La idea que tenía era hacer el desayuno fuerte sentado frente al mítico kilómetro pero la lluvia hace acto de presencia y provoca que continúe mi camino. Un fuerte aguacero me sorprende y me obliga a parar unos cientos de metros más adelante en Morgade.

Un buen sitio para desayunar repleto de peregrinos, no cabía un alma, la barra a tope, el salón más aún y la improvisada cuadra que hacia las veces de terraza llena de fumadores.

Allí en la parte de atrás, Agustín, Tito y compañía, evidentemente no me los iba a encontrar en Barbadelo meditando.

No hay sitio, pero el buen ambiente que Enrique, un veterano peregrino con unas botas salomon con más de mil kilómetros en sus suelas, estaba creando en aquel salón provocado por la media docena de chupitos de orujo que llevaba y los bocadillos que asomaban en los platos de los presentes me obligan a quedarme en aquel lugar.

Y que verdad es esa frase tan leída por distintos rincones del Camino que dice “nada ocurre por casualidad”. Allí en una mesa casi escondida junto a unas escaleras, cuando ya parecía que abandonaba la venta y seguía mi ruta sin parar a desayunar se produce uno de los momentos más significativos de mi experiencia en el camino.

En aquella mesa estaban sentados dos peregrinos, un chico y una chica.

En esa mesa había hueco, el chico con un gesto de amabilidad me ofrece asiento y me dice que comparta mesa con ellos. Yo gentilmente accedo a su invitación y me descargo la “pesada” mochila para sentarme y reposar un poco.

Ese momento, ese preciso detalle marcará mi camino, marcará mi experiencia y provocará que el significado de la palabra generosidad adquiera su máxima expresión en sitios como el Camino de Santiago.

Él, José Antonio, de Madrid.

Ella, Claudia, de Bogotá, Colombia.

Claudia, colombiana si, desde Bogotá hasta Galicia para hacer el camino, y yo me pregunto: ¿Qué puede mover a una persona a hacer miles de kilómetros y atravesar océanos para vivir esta aventura? ¿Qué tiene el Camino?

En ese preciso instante y sin saberlo aún, porque son muchos los compañeros con los que te cruzas en el Camino, ha nacido una amistad verdadera, inquebrantable y que significará un antes y un después en el resto de la ruta y hasta el último minuto de mi vivencia Jacobea.

No obstante, termino de desayunar y me despido de ambos pensando que quizás no volvamos a vernos, pero “nada ocurre por casualidad”, ¿verdad José Antonio?

Algo más de diez kilómetros pasando por varias aldeas y esperando al tramo final de la etapa que desde Mercadoiro se convierte en un bonito descenso hasta llegar a los pies del embalse de Belesar. Desde allí las maravillosas vistas del Río Miño hacen de guardián de un Portomarín que asoma coronado por su iglesia fortaleza al otro lado de la orilla a la que habrá que cruzar atravesando el largo puente que une ambos márgenes del río para entrar en la ciudad subiendo las escalinatas del antiguo puente romano.

El cansancio es visible, la etapa ha tenido frío, calor, lluvia y sol.

Pasadas las tres de la tarde llego a mi pensión, dudo entre meterme en la cama y ver cuando despierto o ducharme y bajar a comer. Mi estómago responde a la duda.

Allí en el restaurante Portomiño me siento y escucho una voz con acento franchute que dice, ¡Antoooooonio!

Era el gran Alexis de Biarritz ya terminando una tarta de santiago de postre que compartía con Ana, me saluda y comentamos cositas de la etapa no sin antes aconsejarme que pida un plato de pimientos de Gomar, no de Padrón, de Gomar.

Y eso hice, los pimientos, un plato combinado de patatas fritas, huevos y chistorras, botella de Ribeiro y tarta casera.

Buena comida en Portomiño aunque el servicio y el trato dejaba que desear. Quiero pensar que la dueña tenía un mal día.

A todos nos puede pasar.

Del copioso almuerzo a la pitra y ya cayendo la tarde voy a ver como el sol se pone desde el restaurante O Mirador. Allí espero que se oculte el astro rey y pido una mesa para probar el delicioso lacón a la plancha que preparan por esa zona.

Esa noche comparto mesa, esa noche vuelvo paseando acompañado bajo los soportales que llevan hasta la plaza de la Iglesia de San Nicolás.

Esa noche encontré el sueño más tarde de lo aconsejado teniendo en cuenta la dura etapa del día siguiente.

Esa noche…

Nota post:

Esperaba a hoy para publicar este artículo y que sirva como regalo de cumpleaños para aquel peregrino que me ofrecio asiento en aquella venta de Morgade.

Felicidades amigo, buen camino. Nos vemos pronto...

25 de octubre de 2010

Mi Camino de Santiago (V) - A quien madruga Dios le ayuda

Seis de la mañana, toca diana y tras unos minutos de preparativos me dispongo a abandonar Casa Simón escuchando a mis pasos el crujir de la madera que sirve de solería de toda la casa, bajo los escalones que desde la primera planta hay hasta el zaguán de la puerta donde una luz tenue ilumina un antiguo mueble que soporta unas guías de viaje, un tarjetero y una cabina de teléfono de monedas.

Pongo pies en la plaza para dirigirme a desayunar pero antes ando unos diez metros hacia mi izquierda para contemplar la torre de la Iglesia de Santiago rodeada por su cementerio y desde el cancel de afuera hago un cómplice guiño de despedida al Padre Augusto deseando que volvamos a vernos.

El tiempo ha cambiado, hace algo de frío y se presagia que la lluvia aparecerá en algún momento de la etapa.

Una vez llegado al final del pueblo donde prosigue el camino dejo la alternativa de iniciar la ruta por Samos a la izquierda y emprendo la ruta en dirección a San Xil, son algunos menos kilómetros, la etapa es más bonita y amena por este sentido y permitirá que conozca Samos de una manera muy particular horas más tarde.

Muy pocos peregrinos atraviesan la carretera, es aún muy temprano y no se atisbará luz del día hasta al menos una hora y media más tarde.

El envolvente sonido que deja el río Sarria, la brisa que mueve las ramas de la arboleda con los primeros cantos de pájaros y el rítmico golpeteo que los bastones de los caminantes dan en la pista de asfalto que lleva hasta A Balsa es la compañía sonora perfecta para deleitarse en este primer tramo hasta llegar a la Fonte dos Lameiros donde ya la luz del día es palpable y permite el reflejo de su gigantesca concha en el agua de la misma. Allí aprovecho para beber el primer trago antes de llegar a San Xil.

A partir de aquí una de las más bonitas etapas de todo mi camino a su paso por las aldeas de Furela o Fontearcuda, los primeros campos de trigales, el cruzarte con alguna experimentada mujer que vara en mano guía su pequeña cuota de ganado por las empedradas sendas antes de llegar a Montán o la vistosidad de los paisajes desde el Alto de Riocabo donde conocí a dos maravillosas personas, Alexis y Ana, una pareja de franceses de Biarritz de apariencia mayor, no menos de sesenta y cinco le echo a cada uno pero con una vitalidad y energía envidiable para aquellos que creemos que estamos en forma. Ya me quisiera ver yo a esa edad con el ritmo que mis amigos gabachos marcaban y haciendo el camino completo desde Roncesvalles (en tres fases durante dos años). No sería la primera vez que coincido con ambos y en cada una de ellas un sabio consejo, en este caso, gentilmente me ofrecen almendras y “uvas secas” como llamaba Alexis a las pasas y me habla de la importancia de alimentarse a base de frutos secos durante el camino debido a su valor energético y vitamínico.

Estratégicamente situado en el kilómetro ciento veinte, antes de llegar a Furela, se presenta Casa Franco un lugar extraordinario para hacer una parada y comer un bocadillo de jamón o de tortilla con tomate mientras estiro las piernas antes de continuar con el descenso hasta Sarria.

Allí vuelvo a encontrarme con la pareja de días anteriores, a ella se le ve algo cansada, reposa sus piernas sobre una silla y bebe una lata de aquarius mientras él le masajea e hidrata los pies parece ser que con vaselina.

Increíble tratamiento el de la vaselina en los pies, que gracias a la experiencia vivida el año anterior en el camino por mi amiga Mercedes ya sabía de su existencia y fue casi lo primero que cargué en mi equipaje. También, curiosamente, muchos peregrinos me dijeron que utilizaban “Vicks Vaporub” como alternativa para evitar el roce en los pies. Lo que está claro es que si no quieres pasarlo mal durante la ruta y que las ampollas no aparezcan o al menos se lo piensen en aparecer es fundamental o una cosa o la otra y si la acompañas de masajes con alcohol de romero mejor que mejor.

Durante todo la ruta Jacobea vas fijándote en distintas personas que de alguna manera pasan a formar parte de tu experiencia, El abuelo y el nieto, Alexis y Ana, la chica coreana, etc., con algunos intimas más, con otros apenas cruzas una palabra, la pareja de la que anteriormente hablaba transmite algo especial, una energía muy positiva, a veces la veré a ella caminando sola, otras veces será a él al que lo vea cargado con su mochila en solitario pero siempre hay un punto en el que vuelven a coincidir y tienen un gesto de cariño mutuo. Ella siempre marca un ritmo muy dinámico, lento y constante que provoca que prácticamente coincidamos en muchos lugares del camino y a él en más de una ocasión lo veré sentado frente a un páramo observando como pastan las vacas o deleitándose viendo amanecer en cualquiera de las etapas, es más a veces y no se porque motivo lo veo incluso en dirección contraria a Santiago.

Un amplio grupo de peregrinos tras el avituallamiento salimos prácticamente juntos en dirección a Furela, en este caso ando como unos treinta metros por detrás de ellos y observo como se detienen en mitad de una vereda, el lanza un tímido beso y le dice algo al oído.

No pierdo detalle de la escena, mi caminar hace que la distancia que mantengo con ellos se aproxime hasta el punto que prácticamente a escasos metros de mí él agarra la mano de su compañera y se adentran por el prado que queda a nuestra derecha hasta ocultarse tras un pequeño bosque de castaños en el que los veo desaparecer…

Nada de particular, pero la curiosidad me invade y paro unos cien metros más adelante a esperar y ver que ocurre, y espero, y no aparecen, y no salen de aquella tupida mancha de cortados trigales, parece como si aquel bosque de castaños se hubiese convertido en testigo de algo o sencillamente los hubiera absorbido.

Algo especial ocurrió en aquel punto del camino, algo de lo que fui testigo indirecto como de tantas escenas vividas, algo que seguro quedará en la memoria de sus protagonistas para siempre.

Yo prosigo mi camino hasta Sarria donde nada más entrar aparece la lluvia por primera vez poco antes de llegar a mi albergue y es el momento en el que entiendo el verdadero significado del refrán que dice “a quien madruga Dios le ayuda” porque de haber salido media hora más tarde al inicio de la etapa hubiese cogido una mojada sencillamente espectacular.

El día parece que quedara cubierto por la lluvia, esa “chuvisca galega” que no cae a chaparrones pero cala y moja como el mayor de los diluvios.

Llego a las puertas del Albergue San Lázaro a solicitar mi cama para descansar donde me atiende amablemente Marisa, su propietaria, una excelente y atenta persona que se encarga de todo lo que necesites haciendo suya tu inquietud o necesidad.

Le pregunto que me apetecería mucho comer en algún sitio especial fuera de lo habitual del menú peregrino a diez euros y me recomienda que visite una feria del pulpo que está establecida casualmente ese día en el mirador de Sarria junto a la Magdalena y bendita sea tu recomendación Marisa porque gracias a ti y tu sabio consejo probé en aquella pulpería ambulante el mejor “pulpo a feira” que mi paladar haya deleitado jamás.

Bajo unas carpas portátiles, varios despachos, señoras preparan el bicho en ollas de cobre, yo sentado en una bancada de madera con la mesa a juego, con media barra de pan, una servilleta, un vaso, una tabla de pulpo con sus palillos de madera estocando los tentáculos del octópodo y con el sonido de la lluvia como orquesta golpeando la lona a ritmo de muñeira me sentí como en el mejor restaurante del planeta. A veces no es necesario reservar mesa en El Bulli para uno sentirse un privilegiado del placer de compartir y disfrutar mesa y mantel.

De entre varias de las gestiones que Marisa me agenció una de ellas fue localizarme a Manuel para ir a visitar Samos y su monasterio.

Y a las cuatro y cuarto de la tarde, como un reloj apareció por la feria del pulpo Manuel con su taxi para recogerme y trasladarme hasta la localidad vecina.

Es Manuel un tipo muy peculiar, de esos que han ido marcando mi camino, un galán maduro, filósofo vocacional, con muchas tablas en la vida y con una conversación permanente en la que no dejan de aparecer sus virtudes como conquistador de féminas, anécdotas de su experiencia por Alemania o un conocimiento absoluto del Camino de Santiago, es más, ha sido a la única persona a la que oí decir que a partir de la subida a O Cebreiro debería de estar prohibido cargar con mochilas ya que ha conocido en su taxi más de un abandono y traslado al aeropuerto de Santiago de algún peregrino que llegando a Sarria se vio obligado a abortar la ruta a causa de las lesiones y tendinitis provocadas por ese tramo de etapas que finaliza o comienza en O Cebreiro días antes.

Manuel me deja en la misma puerta del Monasterio de Samos donde a las cinco de la tarde tengo pensado realizar la visita guiada del edificio. Allí nos recibe al grupo de peregrinos el Padre Agustín, un simpático monje con más de sesenta años de vida monacal y que convierte los minutos de espera antes de la visita en un constante ir y venir de chascarrillos para agrado de los presentes.

Y la visita pues como todas, guía oficial de manual, la vida y obra de San Benito y un agradable paseo por las dependencias de la abadía que bien merecen la pena a cambio de tres euros la entrada.

Aunque para mi la belleza de este edificio no está intramuros, aún teniendo en cuenta que el claustro de Feijoo, su parroquia, la botica, etc… son dignos de admiración. Al menos yo de lo me quedé fascinado es de su exterior, de su enclave dentro de un entorno maravilloso, rodeado por el río Sarria que sirve de hábitat para decenas de gansos y peces o de la majestuosidad del edificio desde la perspectiva que te ofrece un pequeño mirador pegado a pie de carretera.

La gran mayoría de peregrinos llegan a Sarria por la ruta vía San Xil pero considero que es imprescindible visitar Samos aunque sea de la forma y manera que yo lo hice ya que el tramo que hay desde allí a Sarria andando puede convertirse en eterno prácticamente pegado durante kilómetros al arcén de la carretera comarcal.

A la salida del monasterio me esperaba Manuel con su taxi para iniciar el camino de vuelta a Sarria pero antes se digno a invitarme a un delicioso café en la Taberna Abadía donde fui testigo de una simpatiquísima conversación entre castellano y galego donde él hablaba constantemente con otra compañera del gremio mientras Mariano, propietario del negocio, hacía de moderador y aclarador de todo hacia mi persona.

Tras el debate tabernero emprendimos el regreso hasta el albergue, no sin antes ofrecer su amistad eterna y su casa para la próxima vez que visitemos su ciudad.

Gran personaje Manuel, buen tipo y lo mejor de todo es que se pegó toda la tarde conmigo a cambio de poco más de veinte euros que probablemente fue los que se gastó en el bar de Samos entre las rondas que invitó y el tiempo que estuvo esperando.

El resto de la tarde aproveché que las piernas aún me funcionaban para visitar Sarria, atravesar la Rúa Mayor repleta de albergues y peregrinos en chanclas, comprobar el trasiego de esta localidad debido a que es prácticamente el inicio de muchos caminantes por su situación a poco más de cien kilómetros de Santiago lo que te permite poder obtener la compostela que certifica tu peregrinación, visitar la Parroquia de Santa Mariña, el Salvador y comprar algo en el super para la cena en el salón del albergue.

La noche me sorprende, son casi quince horas las que hace que me levanté, hoy no ha habido siesta, Samos lo merecía, y aprovecho para instalarme en una mesita del albergue para comer un par de sándwiches con un refresco mientras veo el telediario y empiezo a tomar parte de la conversación que un grupo de peregrinos tienen comentando sus primeras impresiones acerca de la ruta.

Parecen gente guay, dos chicas comiendo en una mesa, tres colegas de Madrid que ya sabían de que iba esto de la ruta jacobea, un tío grande y fuerte con voz grave con su pareja que parecen también madrileños y un extremeño que había empezado solo el camino somos los invitados a aquel improvisado banquete que cada uno preparaba a su gusto y manera.

Es la primera vez que coincido con ellos, no será la última, pero quitando aquel momento de tertulia en el albergue antes de ir a la cama, nunca coincidí con ellos en ninguna parroquia, ni en ninguna misa, que casualidad.

Eso sí, no pasaba por una taberna que no estuvieran por allí sentados Tito, Pablo, Agustín, Javi, Tomás y compañía…

17 de octubre de 2010

Chaouen, la perla añil de Marruecos


Quizás el tiempo no haya sido el mejor durante mi estancia en Chefchaouen pero no importa, las horas de tregua que tras las primeras aguas dieron fueron suficientes para disfrutar y deleitarme de esta mágica ciudad marroquí que tantas influencias andalusíes posee y que cada rincón de su medina ofrece.

Es Chaouen de ese tipo de lugares que una vez visitado situarías posiblemente y de manera clara como uno de los destinos más bonitos e interesantes que has conocido, una ciudad de una belleza sin igual, con una mezcla de colores donde predomina el azul añil con el blanco de la cal y guarda mucho parecido con rasgos de pueblos blancos gaditanos o con rincones de la alpujarra granadina.

Sus estrechas y serpenteantes calles repletas de gente y de niños se tornan en un laberinto azul y blanco que provoca que a cada golpe de vista que des encuentres algo maravilloso que observar o la fotografía perfecta y soñada.

Entrar en su medina desde la Plaza de Outa Hamman es como transportarse al estilo de vida de siglos y décadas pasadas donde la venta tradicional artesanal es habitual en cada recoveco, el olor a madera de los talleres de ebanistería, la leña ardiendo en los fogones de sus baños, el calor que sale de muchos espacios convertidos en hornos de pan y obradores, el aroma de la miel tostada para elaborar y cubrir pasteles y pastas, la fuerza de la fragancia de las acuarelas de las decenas de talleres de pintura, los curtidores dejando ese olor característico que ofrece la piel tratada o las mezclas de esencias en sus puestos de especias.

Todos estos sabores y olores en el interior de la ciudad antigua mezclados con los sonidos que dejan las risas y el corretear de los niños por sus empedradas calles o la llamada a la oración que desde los altavoces de los minaretes de sus mezquitas lanzan al cielo musulmán provoca un conjuro que al penetrar en tus sentidos sientes el hechizo cautivador que este tesoro moro transmite.

Pasear por los jardines de la Kasbah y subir a su torreón para observar la villa, tomar un té con pastas junto a la misma Alcazaba y la Gran Mezquita puede ser un momento inolvidable si tu compañía es tan sumamente especial como ha sido en mi caso que ni un fuerte chaparrón altera un ápice el encanto del momento.

Comer con tranquilidad y sosiego en Casa Hicham deleitándote de su cocina tradicional puede ser una experiencia única en un entorno creado con un estilo muy peculiar, adentrarte calles abajo y subir a la terraza de Assada para degustar su magnifico cuscús de pollo o cenar en Darcom con música de B.B. King de fondo sentado sobre cojines y con la mesa a un palmo del suelo son de esos momentos culinarios que se recuerdan por mucho tiempo.

Mi estancia en Chaouen ha sido en el Hotel Parador, estratégicamente situado frente a la medina, un cuatro estrellas venido a menos con las décadas y que con el paso de los años se le cayeron al menos dos estrellas de las que presume tener en su entrada. Lo mejor sin duda la atención del personal de su restaurante y especialmente Miki, el maitre del mismo con varios lustros a sus espaldas trabajando allí y al que agradezco enormemente el detalle que tuvo conmigo aquella noche a la hora de cenar cuando ya el restaurante estaba cerrado.

Gracias Miki, ya sabes, deja de fumar, más de cuarenta años fumando son muchos, creo que va siendo hora de coger unos kilitos que te hacen falta.

En esta, mi penúltima visita a Marruecos, no quería desaprovechar la oportunidad sin adentrarme en la cordillera Rifeña para hacer una ruta a lo auténtico y genuino visitando El Kelaa, una población a unos ocho kilómetros de Chaouen a la que llegamos caminando por Talassemtane donde nos cruzamos con multitud de lugareños camino del mercado de los lunes y pastores que llevan sus rebaños a pastar por el Rif.

Tras una parada en los graneros desde donde las vistas de la zona es inmejorable, podemos apreciar los campos de cultivo de cannabis esperando que vuelva la siembra a crecer y que un par de meses antes eran grandes extensiones de verde grifa ya recogida y que actualmente se encuentra en proceso de trato y preparación para su posterior “consumo”.

Al llegar a El Kelaa, desde lo alto de la loma que siglos atrás defendía la zona de ataques tribales, se escucha un incesante sonido de tamboreo como si de una procesión o celebración festiva se tratase, pero la curiosidad es que a medida que vas bajando a la población observas que salvo una decena de niños y mujeres allí no hay nada que celebrar pero el sonido es cada vez más intenso y cercano.

Y es cierto, no hay nada que festejar, es el sonido al golpear las telas de espuertas de mimbre con hojas de cannabis que sale del interior de las casas de adobe mientras se está extrayendo su resina para posteriormente convertirlo en “chocolate”.

Algún intento hicimos para entrar y ver en directo el trabajo pero la desconfianza creada por otros viajeros en otras ocasiones que aprovechando la hospitalidad graban de manera oculta y la ausencia de los hombres de la casa nos lo impiden mientras las mujeres más ancianas nos invitan a continuar nuestra ruta calle abajo.

Pero aún así, la insistencia de nuestro guía hace que nos reciban en la habitación de una casa para tomar un sabroso té no sin antes atravesar el patio interior de la vivienda donde un burro, una cabra y dos gallinas son nuestros anfitriones antes de que llegaran a hacernos compañía media docena de jóvenes rifeños que con toda la educación y normalidad del mundo comparten con nosotros vasos de té, pipas de kifi, algún que otro “cigarro de la risa” y conversaciones de fútbol (por cierto mucho culé en Marruecos y para mi grata sorpresa todos adoran a Fredy Kanouté) mientras ellos preparan todo el material para iniciar una cadena de elaboración totalmente sincronizada en la que uno pela la hoja de tabaco, otro la prensa, otro la mezcla con el ganjah, el del Barça la corta hasta convertirla casi en polvo y el hijo del propietario de la casa empaqueta la materia en bolsitas de plástico para “consumo propio y regalar a sus amigos”.

Sin duda uno de los momentos más especiales que he vivido como viajero.

Para la vuelta a Chaouen nos sorprende un fuerte chaparrón que provoca que abortemos la opción de volver andando con lo cual cobijados bajo el porche en obras de una casa esperamos a que transporte público pase a recogernos.

Y así fue, paramos a una Mercedes 307D alzando la mano y dando un silbido, mientras subimos por la parte trasera de la misma y compartimos el camino de vuelta con no menos de veinte personas que iban subiendo y bajando constantemente a medida que nos íbamos acercando a Chaouen. Sin duda otro momento fascinante que hubiese pasado a sublime si dentro de la furgoneta hubiesen entrado también un par de cabras o alguna gallina.

He llegado sano y salvo a Chaouen, pasan las horas, paseo por el Barrio de los Lavaderos escuchando su riachuelo bajar y quiero que la última escena que guarde en mi retina sea la caída de la tarde desde el alto de la Mezquita de Jemma Bouzafar desde donde se puede ver el laberinto de calles, el contraste de colores y la mezcla de luces y tonos que deja el sol al esconderse tras las escarpadas rocas del Rif que cobija la ciudad.

Sin duda es un regalo para la vista sentarse allí arriba en compañía de alguna pareja de novios del lugar que apenas pueden cruzar sus miradas ni estrechar sus manos por respeto a sus costumbres y observar como poco a poco va iluminándose Chaouen al tiempo que oyes como la llamada a la oración desde la Gran Mezquita es un reguero de pólvora que corre de minarete en minarete por toda la comarca dejando un eco característico que provoca que la fonoteca que posees en tu memoria se enriquezca de manera única.

Será mi última fotografía visual de Chaouen antes de bajar por la parte alta de la medina ya con la luna creciente como testigo y reconozco que cada vez que visito Marruecos más me atrae y más me motiva la posibilidad de volver a este país tan desconocido para tantos a la vez que carente de interés para muchos cuya ignorancia y prejuicios le impedirán disfrutar de la mundología de un país sencillamente extraordinario.

No hubiese sido este viaje el mismo sin la ayuda y los sabios consejos por adelantado de mi amigo Jesús Botaro, gran persona, magnífico fotógrafo y un auténtico enamorado de Chefchaouen que sirve como el mejor embajador de esta tierra aun habiendo nacido al otro lado del estrecho.

Ya sabes Botaro, tuve la grata fortuna de conocer la ciudad y su entorno en compañía de tu “hermano” Mohamed que me sirvió de cicerone y amigo durante mi estancia mostrándome su ciudad, su tierra, y su gente con todo el cariño y sabiduría que posee.

Gracias Jesús, gracias Mohamed, gracias amigos, gracias hermanos.

Y por supuesto gracias a tí por seguir mis pasos, por compartir otra experiencia de viajar junto a este humilde y pobre aventurero.

Gracias por ser...



(Si no deseas ver las fotos como presentación pincha AQUÍ para ver el albúm en flickr)



14 de octubre de 2010

Mi Camino de Santiago (IV) - Una misa con el Padre Augusto Losada


Las campanas de la Iglesia de Santiago de Triacastela anuncian misa de siete, misa del peregrino.

A todos los que algún día paséis por este punto del Camino de Santiago no dudéis en asistir a la liturgia del Padre Augusto Losada.

Venía bajando hacia Triacastela en el final de mi etapa horas antes y hablaba con una peregrina, contigo, sobre lo que yo entiendo como iglesia o como debe ser la palabra de Dios en este mundo actual que vivimos y conste que cuando hablo de religión, como de fútbol u otras cosas no pretendo convencer a nadie, cada uno debe convencerse sólo o simplemente hacer oídos sordos al mensaje que recibe.

Pero independientemente de tus creencias religiosas, las tengas o no, creas en Dios o no, escuchar a personas como Don Augusto merece la pena y bien merecida.

Al margen de la parte eucarística de la ceremonia estás asistiendo a una conversación entre amigos, entre peregrinos, estás recibiendo una cantidad de mensajes y valores que una vez que sales de aquella misa te hace replantearte muchas cosas en relación a la vida misma.

Este párroco en su misa aglutina y hace participar en ella a todas las nacionalidades presentes en el templo, aquello es como una reunión de naciones unidas pero en versión peregrina jacobea. Creo recordar que alrededor de él y en torno al altar lo acompañaron y transmitieron parte de la misa en distintos idiomas una representación de peregrinos de nacionalidades tan dispares como Suecia, Italia, Rusia, Alemania, Francia y hasta una chica Coreana entre otras.

El Padre Augusto transmite un mensaje de caridad en su palabra y te dice abiertamente que no pretende que las eucaristías parezcan funerales, relaciona su labor asemejándola a la de un funcionario, curioso ¿verdad?.

Dice Don Augusto que los sacerdotes a veces parecen unos funcionarios de Cristo y no unos servidores de cristo, tienen unas eucaristias tristes, incoloras, sin sabia, sin alegria y parece que estan en un funeral cuando la eucaristia tiene que ser alegre y con vida.

Si suena el teléfono móvil de un asistente a la misa no es de esos curas a los que les cambia el semblante y pierden la mirada hacia el respetable esperando casi unas disculpas por el descuido si no que tiene el arte de dirigirse a quien sea y decirle que "ya está el Señor llamándonos, dígale que estamos con Él en la eucaristía y que nos llame al final de la misa por favor", yo en ese momento quería morirme de la risa.

Hablando de Dios, más concretamente de Jesús de Nazaret, dice literalmente que se lo quitaron de en medio y que si hubiese existido en la vida actual, los demócratas también hubiesen hecho lo mismo que entonces… y la verdad que está reflexión te hace mucho que pensar.

Cuenta alguna historia relacionada con los miles de peregrinos que han pasado por su parroquia transmitiendo que el Camino de Santiago es un camino interior en cada persona, que no es turismo ni vacaciones, ni senderismo, ni una carrera de competición y define a estos nuevos peregrinos que van acompañados de sus mascotas como “perrogrinos”.

Hace una defensa hacia la figura de la mujer como parte fundamental en la iglesia, que antaño ya lo fue, hasta el punto de no tener tapujos en decir que una mujer bien podría ser sacerdotisa o diácono como el mejor hombre que lo haga.

Provoca que en el final de la ceremonia, en el momento de darse la Paz, aquellos que estamos presentes no nos demos sencillamente la mano como por compromiso sino que obliga a que todos nos agarremos los unos a los otros, montando una cadena humana entre los bancos del templo haciéndonos sentir lo importante que es durante el camino la unión, la solidaridad, la caridad y el hermanamiento entre peregrinos para que a su voz de “LA PAZ SEA CON VOSOTROS, PODÉIS DAROS LA PAZ” todos en vez de estrechar nuestras manos nos fundamos en un abrazo generalizado tan sincero como emocionante.

Termina la ceremonia y lo que más me sorprendió es que es el único cura que he visto en mi vida cristiana y poco practicante que cuando termina de dar la misa en vez de irse hacia la sacristía, da un paso al frente, baja los escalones que lo separan de su gente y se integra con aquellos que son su ilusión como el cataloga, sus peregrinos, que ansiosos lo esperan en el pasillo central de la iglesia para agradecer la manera y la forma en la que es capaz de transmitir la palabra de Dios mientras él se funde en abrazos preocupándose tanto del estado de salud del caminante como de aquellas cosas que interiormente a cada uno le preocupa.

Me quedo con algunas cosas que durante la misa transmitió como mensajes para la vida misma y que no necesariamente hay que ser cristiano o creyente para hacerlos tuyos:

  • Cristiano es aquel que intenta imitar a Jesús de Nazaret.
  • Las ideologías no son los ideales.
  • El mundo no nos da el cariño que nos dan las personas que tenemos al lado.
  • La vida es muy bonita, pero viviéndola.
  • A una persona no se le mide por su altura sino por sus valores.
  • Hacer muchas cosas pequeñas pueden lograr hacer una grande.

Esta es mi experiencia con el Padre Augusto Losada López, una persona que recordaré durante mucho tiempo y que tras compartir con ella uno de los momentos más maravillosos de mi Camino agradeceré eternamente la ayuda que supo transmitirme con su palabra, la cual intento aplicar en mi complicado y difícil día a día.

Me despido y cierro este artículo, en este humilde blog que apenas seguimos unos amigos, muchos peregrinos del camino o simplemente peregrinos de la vida, de la misma manera que él concluyó la misa aquella tarde de domingo en Triacastela, diciéndoos:

QUE SEAN FELICES Y ANIMO…

***

NOTA: Aquí os dejo esta dirección de internet para que podáis conocer algo más en relación al Párroco Augusto Losada, sus reflexiones sobre el Camino de Santiago y la dimensión humana y espiritual del mismo.

www.diocesisdelugo.org/triacastela

Foto: El blog de Diego Armario


8 de octubre de 2010

Mi Camino de Santiago (III) - De O Cebreiro a Triacastela. Primeros pasos...




Ha llegado el ansiado día, el que tanto tiempo llevo esperando, ese que me llevará a dar el primer paso de mi Camino, aquel paso que en tantas ocasiones me vi obligado a cancelar bien sea por causas ajenas a mi voluntad, por lesiones, por trabajo y otras tantas cuestiones que ahora no vienen al caso.

Pero hoy no, hoy no hay nada que lo impida.

No ha sido necesario poner despertador, los ojos como platos desde las cinco de la madrugada y a las seis me levanto de mi cómoda cama de la habitación número tres que la esposa de Antón me ofreció el día anterior.

Me aseo, tomo mi mochila que dejé totalmente preparada antes de acostarme y bajo las estrechas escaleras de la pensión. El salón aún cerrado, dejo las llaves encima del mostrador y atravieso el umbral de la puerta para poner el primer pie en la calle.

Corre algo de fresco pero se aprecia que hoy será un día caluroso.

Las calles de O Cebreiro están solas y apenas se oye algo de gente dentro de la Venta Celta desayunando o como una pareja de pequeños gatitos disputan por algo que echarse a la boca allá encima del techo de pizarra de una de las hospitalarias casas convertidas en improvisadas pensiones. Mientras, abajo, y a través de una de las ventanas de la casa se observa como una señora calienta leche y tuesta algo de pan para algún peregrino que minutos después bajará a desayunar antes de emprender su etapa quien sabe si hasta Triacastela o incluso más allá.

Antes de salir del pueblo dos chicas jóvenes algo despistadas y yo diría que asustadas vienen de vuelta, es raro, y me preguntan si conozco cual es la salida hacia el camino. Iban sin linternas, parece que pasaron algo de miedo y decidieron volverse a esperar la amanecida o que alguien les indicará la ruta de salida correcta. Es cierto que el camino está muy bien marcado por todas las partes, bien con los mojones indicativos o con esas flechas amarillas que durante toda la ruta serán fieles compañeras de peregrinación pero no puedes emprender la jornada de noche y sin linterna como aquellas dos jóvenes pretendían, corres el riesgo de despistarte o incluso llegar a acojonarte un poquito.

Una vez ofrecida mi primera ayuda al peregrino, que para colmo no fue el mejor consejo, perdonad chicas, me paro a desayunar en Casa Moreno.

Tostada y zumo de naranja de bote, se ve que la naranja natural no abunda mucho por estos lares, como también ocurre con el pescado.

Una vez desayunado y a eso de las siete de la mañana inicio la ruta que me llevará unos veintidós kilómetros adelante hasta Triacastela pasando por lo que la tarde antes fue lugar mágico en la puesta de sol.

Aún es de noche, enciendo mi linterna, atravieso por el punto más alto del Camino a su paso por tierras gallegas. Delante observo los haces de luces que otros peregrinos van dejando y que de alguna manera me van orientando y detrás dos puntos de luz halógenos que poco a poco me alcanzan a la altura del cruce de la pista forestal que baja hacia Liñares.

Son dos peregrinos, un chico muy joven, no más de dieciséis años y un señor mayor, muy por encima de los sesenta.

BUEN CAMINO, nos dijimos mutuamente.

Deseaba oir esas dos palabras, dos palabras con todo un significado especial de educación, de cortesía y de aliento en muchas ocasiones. Es el saludo por tradición que de alguna manera te obligas a decirlo al cruzarte con otro peregrino durante el camino. Luego a lo largo del camino observo que cada vez se va utilizando menos no se si porque el acumular kilómetros y el cansancio aminora la educación o porque sencillamente la gente se cansa de tanto saludo. No fue mi caso, pero si es curioso que no vi prácticamente a un solo ciclista que al cruzarse contigo no te saludará de esta manera. Igual es que dar pedaladas te hace más cortés y educado o que sencillamente después de comprobar la dureza de realizar el camino en bici para ellos, los ciclistas, obtener el BUEN CAMINO como respuesta a su saludo les sirva de ayuda para el resto de la etapa.

El día empieza a amanecer, las claritas del día se dejan ver ya llegando a Liñares antes de emprender la subida entre caminos estrechos y escarpados rodeados de mantas de helechos y centenares de hayas que al final divisa la estatua de bronce del peregrino que preside el Alto de San Roque. Allí primera parada para tomar algo de agua, desprenderme de la primera capa de ropa ya que el calor empieza a aparecer y tirar alguna que otra foto de rigor.

Un nutrido grupo de peregrinos rompiendo la paz del lugar, una chica coreana descalzada tratándose con esmero las ampollas que quien sabe desde donde las trae, algún peregrino que pasa de largo y dos curiosidades: Una el chico joven y el señor mayor que rato antes me crucé que descubro que son nieto y abuelo tras dirigirse el primero al otro de esta manera al pedirle algo de agua y la otra curiosidad es la pareja que prácticamente desde el primer día son y serán testigos indirectos de mi camino hasta llegar a Santiago como aquel nieto y su abuelo.

A partir de aquí, continuando el camino pasando por Hospital de la Condesa, donde una lugareña te recibe sentada en el poyete de la puerta de su casa y te fija la mirada como analizando tu interior y pensando cuantos como éste pasan al cabo del día, y hasta prácticamente llegar a Padornelo escuchando el estribillo de una pegadiza canción que nunca había oído antes que aquel chico de la pareja antes mencionada repetía constantemente para automotivarse en esta parte del camino. Aquella letra decía algo asi como:

“Quisiera ser feliz, amanecer cada mañana a tu vera, sentir que nunca se acabe esta primavera y vivir cada momento de esta manera…”

No cantaba mal aquel tipo aunque se hacía algo pesado, pero claro a poco llegaba la durísima subida al Alto do Poio y allí ni el mismísimo Placido Domingo hubiese sido capaz de cantar una sola letra. Volví a coincidir con la pareja en otros sitios pero no volví a escuchar aquella bonita letra que a mi personalmente me agradaba y amenizaba el camino.

Mejor oir a alguien cantar durante el camino que escuchar cualquier archivo de sonido en móviles de estos de úlitma generación mientras uno camina.

Una vez llegado al Alto do Poio, un merecido descanso, sello a la credencial y un vaso de agua muy fría que parecía recogida de un manantial directamente. Luego una larga caminata en línea recta y con cómoda pendiente hacia abajo paralela a la carretera que me lleva hasta Fonfría donde veo las primeras vacas color canela muy conocidas por la exquisita leche y tierna carne que ofrecen.

Allí en mitad de la aldea, donde las gallinas van cruzándose a tu paso una mujer te ofrece tortas de leche frita. Según la información que tenía en tiempo fue un gesto de hospitalidad a cambio de la voluntad pero que ahora no se si motivado por el año Jacobeo y el alubión de peregrinos se ofrece casi obligatoriamente a cambio de una moneda de un euro.

Prosigo mi camino hasta llegar al merendero junto al Mesón Betularia en O Biduedo y allí a pocos kilómetros ya del final de la etapa hago la última parada de descanso compartiendo los filetes empanados que aún me quedan con una pareja de pastores alemanes con más hambre que un caracol en la vela de un barco como decía el gran Paco Gandía.

A partir de aquí, siete kilómetros de continuo descenso pasando por Filloval o Pasantes donde a los pies de un portalón observo encima de una mesa unos envases de plástico con frambuesas y un cajoncito con un letrero escrito a rotulador carioca que ponía, 1 €. Sin duda me sorprende la confianza que los lugareños depositan en los peregrinos, allí nadie vendía frambuesas, allí tu coges tu caja y pagas, algo así como una expendedora de alimentos de estas de los hospitales pero en versión peregrina.

Me quedo con la duda de que aquellos que después de comer tan sabroso fruto y tiran los envases al suelo del camino realmente hayan depositado la moneda en el cajón, seguramente que muchos de ellos no lo harían.

Si alguna vez pasáis por allí o por cualquiera otra parte de esta bella ruta jacobea por favor no tiréis nada al suelo, haced un esfuerzo y esperar a que el mismo camino os ofrezca una papelera o un bar donde dejar la basura.

Ya no muy a lo lejos veo como Triacastela aparece dejando atrás Ramil y su centenario castaño testigo del paso de tanta espiritualidad y fe.

Mis pies están respondiendo a las mil maravillas, me siento fresco y motivo de mi situación empiezo a silbar una canción que un curioso peregrino que paralelamente acompaña mi camino pregunta de cual se trata.

“Descanso dominical”, de Mecano.

Deben ser las dos de la tarde y entro en la travesía de Triacastela hasta llegar la plaza de la Iglesia donde me hospedo en la Pensión Simón que amablemente regenta Natalia y su esposo. Un lugar muy limpio, nuevo y acogedor que ofrece lo necesario para un buen descanso.

Y como vecino el pequeño Victor, un peque de apenas cuatro años, hijo de los propietarios de la pensión y que casualmente es el único niño de esa edad que habita en Triacastela.

Tras una ducha relajada y algo de ropa limpia bajo a la calle para comer algo en el albergue Xacobeo, sin duda el mejor sitio para comer allí con un magnífico menú a base de revueltos, parrillada de churrasco y queso con membrillo de postre como siempre acompañado de Ribeiro de la casa, bebida que se convertirá en mi fiel acompañante en cada comida hasta el final de mi camino.

Cafelito tras el postre y de vuelta a la pensión para descansar algo antes de asistir a la sorprendente y esperada misa de peregrinos que el Padre Augusto nos tiene preparada en la Iglesia de Santiago muy cerquita de mi hospedaje.

Del Padre Augusto, de su palabra y de su manera de dar misa hablaré en el próximo capítulo.

¿Te apetece una siesta? yo no soy mucho de siesta pero me estoy aficionando.

3 de octubre de 2010

Mi Camino de Santiago (II) - Me llevo la Giralda en la mochila


Sevilla, viernes tres de septiembre, veinte cuarenta y cinco horas.

Arranco mi coche e inicio mi particular viaje a tierras gallegas con la intención de que pasados unos días pueda alcanzar la gloria compostelana y llegar a la Plaza del Obradoiro con el deber cumplido de realizar el camino de Santiago, mi Camino.

Eran dos mis ilusiones para realizar la ruta, una salir desde San Jean Pied de Port (Francia) pasando por Roncesvalles y realizar todo el camino francés o salir desde Sevilla y atravesar toda la Vía de la Plata hasta llegar a Santiago.

Pude hacerlo años atrás cuando estudiaba y disponía de todo un verano para ello, ahora, solo coger diez días ya me parece imposible y me limita para mi punto de partida.

Aún así y antes de salir me he acercado a la Catedral de Sevilla para que el primer sello que marqué mi credencial sea el de mi tierra y así simbólicamente considere que mi primera etapa empieza a los pies de la Giralda.

Y allí cerquita de la Plaza del Triunfo, busco la Puerta de Campanillas para visitar al capellán de la catedral. Amablemente me recibe en su fresquito despacho y me pregunta si salgo de Sevilla, le cuento lo anteriormente citado y me dice:

- Interesante, o sea, tu lo que quieres es llevarte la Giralda para el Camino, ¿no?

Respondí con un sí un poco dudoso porque realmente no entendí lo que quería decir pero tras pedirme la credencial y estampar el sello se volvió a dirigir a mí:

- Bueno, pues aquí llevas la Giralda.

Observé el sello y sonreí, esa rubrica con tinta color azul estampaba la silueta de la Giralda y por ello el capellán me dijo eso.

Minutos antes de salir en coche estuve a punto de chafar toda la historia ya que, intentando ayudar a una preciosa chica que bajaba cargada con mochila y maleta las empinadas escaleras de la Estación de Plaza de Armas, casi ruedo escaleras abajo en un gesto de torpeza posiblemente provocado por estar más pendiente de la llamada que atendía por el móvil que de aquella simpática joven y su pesado equipaje.

A partir de ahí un largo viaje de nueve horas hasta Santiago, apenas sin parar y escuchando toda la música posible.

Poco antes de las seis de la mañana llegué a Compostela, un par de horitas durmiendo en el coche haciendo tiempo para coger el bus que me llevaría al Puerto de Piedrafita, punto de partida real de mi Camino lindando la provincia de Lugo con la de León.

El viaje en bus, soporífero, más de tres horas con la sensación de rodear toda Galicia para hacer apenas doscientos kilómetros. Al llegar al Puerto allí mi primera gran decisión:

A O Cebreiro a patas, o en taxi.

Casualmente aparece por allí Félix, uno de los tres taxistas del pueblo que amablemente y a cambio de diez euros me convence para que no vaya andando y coja su transporte.

Le hago caso, luego me alegré bastante ya que hablando con gente que habían realizado ese tramo de subida en asfalto de más de cuatro kilómetros que ni tan siquiera pertenece al Camino me dijeron que se arrepentían de no haber subido en taxi.

El consejo de Félix me permitió llegar a tiempo a O Cebreiro para instalarme en mi hospedaje, Mesón Antón y tener tiempo suficiente para comer.

Mi primer menú peregrino, en la Venta Celta, pulpo con patatas, huevos fritos con chistorras, queso con miel de postre y la primera botella de Ribeiro del camino.


Luego ansioso vuelvo a mi pequeña habitación del Mesón Antón, escucho un canal de música tradicional gallega en la destartalada tele que me ofrece mi aposento, pienso en ti, es más te siento y me doy una merecida siesta para estirar piernas y recuperar fuerzas para el día siguiente.

A través de la minúscula ventana de mi morada, observo que el día va perdiendo luz, miró el reloj y doy un salto de la cama, han pasado las ocho y media de la tarde y no quiero perderme la espectacular puesta de sol que el alto de O Cebreiro ofrece a los peregrinos que allí se hospedan.

Tengo hambre y aprovecho para no sólo cargar con mi cámara sino también con el “tupper” de filetes empanados que mi madre había preparado hacía ya horas. Estos jugosos filetes me servirían de cena fría mientras observaba el espectáculo.

A través de pallozas y empedradas calles voy buscando la salida que deja el albergue a la derecha donde algunos peregrinos reposan sus piernas, curan sus heridas o se reúnen en torno a todas las anécdotas que han ido surgiendo durante la durísima etapa finalizada horas antes, allí continúa el camino donde la ropa lavada y tendida por los caminantes seca con los últimos rayos de sol que este maravilloso día nos deja.



Subo al cerro que deja la conocida panorámica de postal del pueblo y de momento, poco público. Igual esperaba un lleno absoluto pero sólo observo a una pareja que sentados en una mesa y bancos de piedra esperan con curiosidad el ocaso del día. Es curioso pero ya coincidí con ellos en el bus y a la hora de comer.

Parecen muy ilusionados por la experiencia que se les avecina y deduzco que su camino se inicia donde el mío. El pasa su brazo por encima de ella, ella corresponde con un gesto de acomodo y pacientes se dejan llevar por la mística del momento que viven que solo será el primero de tantos como les espera durante la ruta y de los que yo seré testigo.

Hay algo especial en esa pareja, se desprende amor…

Poco a poco va llegando gente, entre ellas un grupo de peregrinas que encabezadas por una joven monja iban entonando una dulce canción, alguna otra persona y poco más.

Una vez acoplado todo el mundo empieza a dar comienzo la puesta de sol más maravillosa que vi nunca, no se si será el lugar, lo que representa o la carga de espiritualidad e ilusión que tengo pero ver como el sol se pone en aquel paraje es sencillamente un milagro de la naturaleza donde te das cuenta de que el ser humano no es más que un simple espectador de la misma.

Durante los minutos que duró, el tiempo se paralizó, nadie hablaba, todo el mundo advertía que algo mágico estaba sucediendo y que apenas una docena de personas éramos testigos de ello.

El sol definitivamente se ocultó dejando paso a una mezcla de colores, de luces y sombras que transformaban aquel paisaje en un lienzo que ni el mismísimo Van Gohg hubiese podido plasmar, aquella acuarela sirvió para que una vez desaparecido el astro rey la monjita alzara su dulce voz al cielo para gritar:

¡Alabado sea el Señor!

Unos agradecen a Dios el milagro de ver como termina un día más, otros a la Madre Naturaleza y quizá habrá gente que ni se plantee dar gracias por ello, yo doy gracias a la vida por ofrecerme la posibilidad de compartir con ella momentos como éste, instantes que quedaran en la memoria para siempre y que difícilmente podrán borrarse de mi retina.

Ya el reloj marca que en poco más de veinte minutos serán las diez, todos vamos bajando de nuevo hacia la aldea, las flechas en el suelo siguen marcando el camino que horas más tarde emprenderé en dirección contraria, algún perro se cruza en mi camino, aquí conviven en total armonía con los gatos, comparten comida y cobijo y de fondo se escucha como los chorros de agua a presión limpian las ollas que durante todo el día han ido cociendo y cocinando tanta comida para el peregrino que llega hambriento de su etapa o viaje.

Se oye de fondo una muñeira con sonido de viejo radio transistor de aquellos que funcionaban a pilas de petaca mucho antes de que aparecieran los móviles de última generación o los eme pe tres y eme pe cuatro esos que ahora nos invaden con mejor calidad de sonido pero con muchísimo menos encanto.

Ahora va siendo hora de descansar, el día ha sido muy largo.

Hasta mañana mi amor…